LA INCÓGNITA

18:43

 


Lo primero que llamó mi atención al conocer a este paciente fue lo tapado que venía. Al abrir la puerta vi a una persona con gafas de sol, gorra y con un pañuelo que le tapaba la mitad de su cara. Es cierto que era invierno y hacía mucho frío, pero dentro del edificio eso no tenía mucho sentido.

Esperaba que ya en la consulta se despojara de toda esa protección, pero empezamos la sesión y se quedó con las mismas prendas que traía de la calle.

La curiosidad no se quedaba ahí, porque al hablar, noté claramente como usaba un tono de voz forzado, con la intención de seguir ocultando su identidad, sin que yo alcanzara los motivos.

Me explicó que era la primera vez que acudía a un psicólogo y que no estaba seguro de si podría ayudarle o no, algo muy habitual en personas que tienen su primera experiencia terapéutica.

Normalicé su inquietud y le pedí que me compartiera qué le había llevado hasta mi consulta, para devolverle información sobre por dónde iríamos con el trabajo en las sesiones.

Claramente le costaba hablar, pero yo no sabía si era por no conocerme, por sus dudas de estar allí o por qué razón.

-     Antes de empezar, necesito saber si todo lo que yo exprese aquí quedará entre nosotros o si puedes contarlo a otras personas”

-   “Por supuesto que quedará aquí, Raúl”, nombre del que no estaba seguro que fuera el verdadero, como me confirmó al final de la sesión.

-    “¿Ni tan siquiera referirías lo que vas a escuchar si viniera la prensa?”, me comentó bajando la voz, mostrando cierto temor a ser escuchado.

-    “El secreto profesional no distingue de personas. Puedes estar tranquilo que lo que cuentes no saldrá de aquí”

Pareció que mi firmeza en el mensaje de la confidencialidad le relajó, y dio pie a que me contara una historia verdaderamente increíble, no superada por ninguna de las que yo hubiera escuchado antes en mi despacho.

Estuvo hablando casi sin parar toda la hora, apenas dejándome espacio para guiarle o hacerle alguna pregunta.

Llegó el momento de acabar la sesión y así se lo comuniqué.

-   "¿Hay alguna persona en la sala de espera?", a lo que le respondí en negativo, ya que casualmente era mi último paciente de la tarde.

Lo le generó más sosiego, añadiéndome que en lo sucesivo necesitaba que siempre fuera así, para evitar encontrarse con alguien.

Acepté, teniendo en cuenta el cuadro que mostraba respecto a querer ocultar su identidad.

Ya a punto de despedirnos, me comentó:

-     Por cierto, mi nombre real no es Raúl”

-     “Bueno, me lo habrás dado por algún motivo y lo respeto”

En ese instante, se quitó las gafas y la gorra, dejándome ver parte de su rostro.

-      ¿Me reconoces ahora? Seguro que me has visto en la televisión alguna vez”

-    “Sí, sé quién eres”

-     “¿Entiendes ahora lo que significa para mí que alguien me vea en el psicólogo? No me puedo permitir que crean que soy una persona débil”

-  “Ya, comprendo lo que dices. Lo haremos tal como me indicas, aunque con el paso de la terapia lo mismo forma parte de esa estabilidad el ser capaz de salir por donde sea y decir que has buscado ayuda, sin más”

 

 Manuel Salgado Fernández

Psicólogo Clínico y del Deporte // Col. AN-2.455

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