LA POSTAL

17:51


Cada cierto tiempo, suelo generar una forma distinta de contactar con mis pacientes. Hace años, me pareció interesante pedirles una postal de algún lugar que estuvieran visitando, con la intención de hacerlos más conscientes de cómo y dónde estaban.

La propuesta tuvo una buena aceptación, recibiendo decenas de ellas durante los primeros meses; no obstante, el interés se fue perdiendo… salvo para una paciente que siempre estaba dispuesta a participar en todas mis sugerencias.

Ella, de nombre Esperanza, siguió enviándome una postal de cada uno de los lugares que visitaba, ya fuera sola o acompañada, mostrando siempre su ilusión por lo que hacía en cada uno de esos momentos.

Un día, recibí una llamada de un familiar suyo, anunciándome algo que nunca quisiera haber escuchado: “Esperanza ha fallecido”. No podía salir de mi asombro… Una mujer llena de sueños, de retos, de deseos por seguir creciendo y por recuperar -en parte- el tiempo perdido en otras etapas de su vida.

De vuelta a la consulta, revisé con mucho afecto todas las postales que durante tanto tiempo estuvo enviándome, releyendo sus lindos mensajes y sintiéndome enormemente apenado por la pérdida de una persona a la que ya consideraba como una amiga.

En los últimos meses, Espe -como le llamaba cariñosamente- fue la única persona que seguía con la costumbre de mandarme postales, por eso, tiempo después, me sorprendió cuando el conserje me entregó una nueva que venía a mi nombre, sin matasello y sin especificar el lugar de origen de la misma, incluso carente de mensaje.

Le pregunté por quién la había entregado y me indicó que no sabía nada. Según me contó, retornó de la calle hacia su puesto en la portería y estaba encima de su mesa. Él tampoco salía de su asombro.

De repente recordé que el edificio tiene cámaras de vigilancia, por lo que deduje que echándole una mirada a las grabaciones sería posible localizar a la persona que había dejado la postal allí.

Nos adentramos en la habitación de control de las cámaras y revisamos las últimas cuatro horas de vigilancia, advirtiendo que la persona que dejó dicha postal no había pasado por delante de ninguna de ellas, lo cual nos dejaba en una situación de absoluta inquietud, si cabe.

Como no se nos ocurría otra manera de encontrar una prueba que nos llevara al depositante de la tarjeta, decidí subir a mi despacho, a fin de seguir con mis tareas del día.

Después de varias horas de sesiones, entré en el cuarto de almacén, donde está recogido todo lo que los pacientes no ven más allá de la sala de espera y la propia consulta. Fue allí mismo donde dejé esa postal anónima, junto con todas las demás, excepto las de Espe, que seguían y siguen teniendo un lugar especial en la propia sala de espera.

Volví a coger la nueva y misteriosa postal y le di la vuelta… Fue entonces cuando casi me caigo de espalda. Ahora sí estaba escrita, aunque tampoco indicaba el lugar de procedencia.

El mensaje no podía ser más claro:
“Soy Espe. Quizás sea la última postal que envíe. No puedo concretar dónde estoy ni cómo llegué, pero sí sé que estoy bien. Aprovechad el tiempo por ahí y cuidaros mucho, porfa”

La coloqué sobre el panel, junto con sus otras postales. Salí del despacho, con la intención de compartir lo ocurrido con Ricardo, el conserje. No obstante, tras cerrar la puerta, pensé de nuevo en entrar para revisarla, ya que la situación que acababa de vivir me parecía tan extraña…, que quería confirmar que no fuera una ilusión.

Volví al panel de postales y me fui directo hacia ella. Le di la vuelta para reafirmar lo que había leído hacía pocos segundos, y entonces pude comprobar que…
 
 

Manuel Salgado Fernández

Psicólogo clínico y del Deporte // Col. AN-2.455

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