Aplausos, admiración, reconocimiento, valoración, elogios… todo ello orientado a los profesionales sanitarios, por nuestro trabajo, esfuerzo y riesgo en nuestras acciones laborales.
Bien, está claro. Estamos quemados, agotados, hartos de exponernos a situaciones de mucha tensión, incluso aburridos de pedir que nos comprendan, que los pacientes entiendan que tenemos nuestros límites, que deben respetar que estamos cansados y que no deben presionarnos.
Todo lo anterior tiene sentido, porque realmente es así. Llevamos muchos meses viviendo en el filo de la navaja, siendo el blanco de los problemas, las exigencias, las penas y el sufrimiento de los demás, sumado a las malas actuaciones de determinados gestores.
Sin embargo, seré “abogado del diablo” y me vestiré de paciente, que también lo soy en ocasiones. Tú, que eres sanitario como yo, ¿te planteas qué problemas tiene la persona que está delante de ti?, ¿piensas el miedo que siente por saber qué le ocurre o la indefensión que experimenta cuando no podemos darle una solución a su malestar?
Quizás respondas que sí, aunque puede que no en todos los casos. Es posible que algunas veces no nos demos cuenta de que respondemos con suficiencia al paciente y/o familiar que tenemos en frente. Que no somos del todo consciente del entorno que tiene, de las dificultades que arrastra en otros campos como el económico o laboral.
Parece que tiro piedras sobre mi propio tejado, pero es que a veces lo he vivido en primera persona, en el otro lado de la mesa, cuando era yo mismo quien iba deseoso de sentirme escuchado o de ser primordial para el profesional.
Estoy convencido que una gran mayoría de quienes nos dedicamos a la Sanidad, ya sea en el ámbito público como en el privado, lo hacemos desde la vocación, desde el placer por ayudar, desde la satisfacción por “echar una mano” a alguien.
Pero también es cierto, que algunos compañeros -de diferentes ámbitos- se olvidan que delante tienen a otra persona, que se siente indefensa, que está “en nuestras manos” y que busca reducir o eliminar lo que le resta bienestar, algo que por cierto queremos todos.
Es por esto que, como profesionales, deberíamos estar atentos a los mensajes que nos llegan de los pacientes, a su forma de decirlo, a sus miradas, a sus gestos, a sus necesidades. Armados de paciencia, de sensibilidad, de empatía, llenos de verdadero y constante interés por la otra persona, porque no debemos olvidar que quien tenemos delante de nosotros no es, ni más ni menos, que otra persona, como puede ser tu padre, tu hijo, tu pareja… tú mismo.
Para lo anterior, es importante que como sanitario te cuides casi más que cualquiera, que estés pendiente de tu grado de irritabilidad, que observes cómo te diriges a los pacientes, que revises tus decisiones, que asumas y reconozcas tus errores, que aceptes tus límites y que tengas claro que siempre será mejor decir “no puedo” que lamentar una conducta que cause más daño que beneficio, lo que viene a llamarse iatrogenia.
Esto no significa que te sugiera poner “la otra mejilla”, que te dejes atacar o que entiendas los malos modales de algunos pacientes. Sólo te pido que antes de juzgarlos o responder sin más, te plantees cómo estás actuando con esa persona, qué les estás transmitiendo y cómo puedes mejorar tu relación con ella.
Estoy convencido que todos salimos ganando, especialmente los pacientes, pero también tú cuando regreses a casa y sientas que has obrado con cariño y respeto con los llamados “usuarios de la sanidad”, o sea, con tus iguales.
LUPA DE ORO
A todos mis colegas, que se dejan la piel en aportar soluciones a sus pacientes. Y a los que no tanto..., pues a otra cosa, mariposa.
Manuel Salgado Fernández
Psicólogo clínico y del Deporte // Col. AN-2.455