LA EXTRAÑA

11:24

 


Normalmente, cualquier persona que llega a la consulta por primera vez es alguien extraño para mí, al igual que ocurre a la inversa, salvo contadas excepciones.

Cada cual tiene sus peculiaridades, sin olvidarme de mí mismo. Todos humanos, pero con diferencias en las formas de pensar, de sentir, de hacer… de vivir.

Carla me resultó alguien muy distinto el mismo día que tuvimos la primera sesión. Transmitía una calma y un sosiego que distaba mucho de la mayoría de los pacientes que pasan por mi despacho.

La entrada del inicio de la entrevista ya me dejó huella, ya que al preguntarle sobre en qué podía ayudarla, su respuesta fue: “No, Manuel. He venido a ayudarte yo a ti, aunque gracias por tu interés”.

Nunca me había encontrado con una réplica de esa índole, salvo que proviniera de algún paciente con una psicopatología que justificara su comportamiento, tipo trastorno psicótico, psicopático o algún determinado trastorno de personalidad.

Dada la contundencia de su contestación, me pareció apropiado conocer más detalles de su ofrecimiento, por lo que le pregunté sobre por qué pensaba que yo necesitaba ayuda y qué podía aportarme ella, casi con la intención de ganar tiempo para concretar más mi hipótesis.

Carla no se precipitó en aclarar mis nuevas dudas, sino que se mantuvo callada casi un minuto, observándome, como si me explorase con la intención de emitir después una conclusión sobre mi persona.

Pasado ese tiempo, me expresó que esperaba que me costara trabajo entender esa situación y que comprendía que me comportara como un psicólogo; sin embargo, me insistió en que era fundamental que dejara de verla como una paciente, como una persona que necesitaba ayuda, y pasara a verla como alguien que me iba a aportar información para ser y estar mejor.

Tras esos primeros minutos de casi “juego psicológico”, sacó de una mochila un aparato parecido a esas gafas que se usan para ver en 3D, pero tenían algo distinto a otras que ya he usado en algunos juegos.

Me indicó que era esencial que confiara en ella, sin pretender comprender todo lo que iba a explicarme y a ver con mis propios ojos. Esta petición era complicada de aceptar para mí, puesto que hablábamos de una desconocida que me estaba pidiendo -en mi despacho- que me colocara un artilugio en mis ojos para no sé qué.

Decidí aceptar su propuesta y me coloqué las gafas en posición, aunque mis dudas me hicieron preguntarle sobre qué sería lo que vería por ellas, para lo cual Carla volvió a tirar de mi confianza ciega.

Me las coloqué y no tardé ni diez segundos en retirarlas. Sabía que podían ser imágenes generadas en un espacio virtual, pero me parecieron tan reales y cercanas que no pude soportar lo que implicaban para mí.

-“¿Qué te pasa, Manuel?, ¿por qué te las retiras?"

- “Es increíble lo que he visto. ¿Cómo puedes saber eso sobre mí?”

- “Tú me lo estás expresando, sin darte cuenta…”

- “¿Cómo?, yo no he dicho nada, apenas hace unos minutos que nos conocemos. Sólo puedo imaginar que has investigado algo de mi vida por Internet”.

-  “Sí, sería una posibilidad, pero te aseguro que no he entrado en eso que llamáis la Red”

- “¿Qué llamáis?... será que llamamos, ¿no? Es raro encontrar a una persona en este mundo que no haya usado Internet o lo que es peor, que no sepa de su existencia. No tienes pinta de venir de un pueblo perdido, desconectado de la realidad virtual”

- “Tienes toda la razón. No vengo de ningún lugar perdido sin tecnología, más bien todo lo contrario…”

- “Eso me hace afianzarme en mi idea de que me has seguido la pista por Google o, quizás peor, que has hablado con gente cercana a mí, lo cual me resultaría más llamativo y me colocaría en una situación más tensa”

- No, no te inquietes. Créeme cuando te revelo que la información me la das tú mismo, en el momento de colocarte las gafas. Es una tecnología de máximo nivel, que aún no está desarrollada por aquí”

- “¿Te refieres a que en España no hay capacidad suficiente para desarrollar esto aún y posiblemente venga de Estados Unidos, Alemania o Japón?... Qué se yo”


En todo momento, Clara mostraba una postura relajada, sin alterarse lo más mínimo, casi sabiendo con seguridad que volvería a colocarme ese artilugio para continuar con la prueba. Realmente quería y tenía la necesidad de seguir explorando esas imágenes que observé en esos escasos diez segundos. E incomprensiblemente Carla me transmitía confianza, paz y seguridad.

En esta segunda ocasión, me dejé llevar por mi interés investigador y me envolví en esa experiencia durante más de cinco minutos, no sin luchar contra una parte de mí que se resistía a seguir viendo esas imágenes tan impactantes.

Tras mi nueva prueba y aún en shock, volví a retomar con Clara su posible lugar de procedencia.

- “¿Quién ha desarrollado esta tecnología? ¿De qué país proviene todo esto? ¿Se trata quizás de un experimento? Me dijiste que no venías de ningún pueblo perdido… ¿de cuál en concreto?

- No te he mentido. Te dije que no venía de un lugar perdido y es cierto, pero también es verdad que no provengo de ninguno de los lugares que has mencionado antes, ni de otros que estén en este planeta. 
 

 

Manuel Salgado Fernández

Psicólogo clínico y del Deporte // Col. AN-2.455

 

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