EL PALO

11:09

 


En una sesión de psicoterapia puede ocurrir prácticamente de todo, y la diversidad depende muy mucho del número de personas asistentes a la misma.

En el caso de una terapia de pareja, cada sesión con ambos miembros se puede convertir en una caja de sorpresas, incluso entre los propios protagonistas.

Una vez me aconteció algo de nivel “premium”, por lo relevante e importante de la declaración.

Llevaba algunas semanas tratando a esta pareja que voy a comentar, y las sesiones casi siempre iban encaminadas a temas de tensión habituales en una relación así: comunicación, reparto de tareas domésticas, sexualidad y otros asuntos generales.

Debo confesar que la evolución del trabajo en consulta no me estaba dejando satisfecho, a pesar de que ellos decían que estaban aprendiendo a comunicarse mejor, con más respeto y comprensión.

Aun así, percibía ciertas señales por parte del varón en la sesión que no me convencían, lo cual me hizo disponer de una sesión individual con él, para contrastar a solas si la evolución de la relación era la adecuada.

No saqué nada en claro en dicha sesión. Me insistió en lo mismo que sostenía en los encuentros con su mujer en mi consulta, por lo que decidí aparcar mi “investigación” sobre posibles elementos que estuvieran permaneciendo ocultos.

Sin embargo, un día, con ambos en la consulta, Jaime empezó a llorar, sin que pareciera haber ningún motivo previo que justificara su reacción.

-        “¿Qué ocurre, Jaime?”, -le pregunté sorprendido y sinceramente sin saber por dónde podía salir.

-        “Nada, sólo que no estoy bien”, -mientras Eva le miraba igualmente desconcertada con el llanto de su marido.

-        Lo imagino, pero es de interés para todos que intentemos encontrar el origen de ese malestar que comentas. ¿Está relacionado con tu trabajo, amigos, pareja,…?

-        “Con lo último, con lo último”, -dijo aumentando la intensidad del llanto.

-        “No te entiendo Jaime. Nosotros estamos mejor que antes. Nos ilusiona lo que estamos aprendiendo con Manuel y ver que nuestra relación tiene otra oportunidad. ¿Qué te sucede?”, -expresó Eva, tendiendo una mano y buscando calmar la situación.

Jaime se quedó callado tras la aseveración de su mujer, cuya contundencia tenía un aroma de verdad, de que realmente ella se sentía optimista con la relación.

-        Jaime, coincido con el comentario de Eva. Realmente creo que el esfuerzo por mejorar vuestro proyecto de pareja está teniendo otra oportunidad, aunque también es cierto que todavía hay camino por delante”

En ese momento dejó por unos segundos de llorar, sólo para decir una frase que no hizo sino abrir la famosa Caja de Pandora.

-        Esas palabras son el problema: otra oportunidad

Tanto Eva como yo nos quedamos más confusos ante esa breve expresión, por lo que entendí que mi deber era seguir indagando para llegar a conclusiones más aclaratorias.

-        Jaime, sé que estás haciendo un esfuerzo por controlar tu malestar ahora mismo. Creo que tienes algo que decir y no sabes bien cómo, posiblemente porque no quieres hacer daño”

Esta última observación mía fue seguida por unos tensos segundos de silencio, durante los cuales Eva y yo esperábamos escuchar un nuevo avance en la explicación de Jaime.

Me propuse no seguir indagando, para evitar que se sintiera presionado. No obstante, no hizo falta más preguntas, porque de forma espontánea, él mismo dijo:

-        “¡Sí, otra oportunidad es el problema, porque eso es lo quiero con otra persona!, sólo que no quería decirle a Eva que eso ya estaba pasando”

Ella se levantó del sofá y preguntó -entre un mar de emociones- si eso significaba que estaba con otra mujer, seguida de nuevas preguntas, casi dando por sentada la respuesta positiva de él, en cuanto a desde cuándo están juntos, cómo se llamaba, dónde la conoció, incluso llegó a hacer quinielas de posibles candidatas sobre las que podía tener sospechas.

Sin intención de ironizar sobre ese momento, debo confesar que me recordó a la conocida canción de José Luis Perales, con la diferencia de que ambos protagonistas estaban allí presentes y yo estaba siendo testigo de toda esa escena.

Jaime no dio detalles sobre las cuestiones que su mujer le demandaba, pero sí decía repetidamente: “Eva, te equivocas, te equivocas”

-        “¿En qué me equivoco? ¿Acaso es otra mujer que has conocido mientras volvías a casa en el Metro? ¡Me da lo mismo, sea como sea me has traicionado, me has ridiculizado! ¡Todos estos meses en el psicólogo me estabas mintiendo…y también a él, supongo!”

-        “Sí, es verdad. Siento mucho que haya sido de esta manera y aquí, pero debía aprovechar que Manuel estaba presente para decírtelo y que así nos ayudara a tener calma”

-        “Bien, ha sido muy estratega por tu parte. Has esperado a tener una sesión juntos para soltarme esta bomba que me deja destrozada. Al menos ten la decencia de decirme su nombre, porque creo que saber el nombre de la mujer con la que quieres tener esa otra oportunidad me ayudará”

-        “Es que te equivocas, Eva”, -repetía Jaime, esperando que ella se diera cuenta de manera implícita del mensaje.

-        “…Pero cómo insistes en eso. Has dicho que estás con otra mujer y que tienes algo con ella... ¡Dime su nombre de una maldita vez!”

-        “…Yo no he dicho que fuera otra mujer”

 

Manuel Salgado Fernández

Psicólogo clínico y del Deporte // Col. AN-2.455

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