LA BIENVENIDA

10:40

 
 
Suelo ser muy efusivo cuando abro la puerta del despacho para recibir a un paciente, aunque un poco menos cuando se trata de la primera sesión, pero luego cojo confianza y me lleno de energía para dar una cálida acogida.

Hace unos días, pasó algo increíble en una de esos recibimientos efusivos.

Al sonar el timbre, me acerqué hasta la puerta y al abrirla dije:

-        Buenas tardes. ¿Qué haces por el psicólogo?”, en un volumen algo elevado, provocado por la confianza que tengo con esta paciente, que lleva algunos meses acudiendo a terapia.

Al hacer esto, no me percaté que estaba hablando por su móvil y ella, sin intercambiar palabra conmigo, me miró con ojos abiertos y mostrando un deseo necesario de que me callara.

Con su mirada entendí el mensaje y la dejé que siguiera con su conversación telefónica en la sala de espera, mientras me dispuse a sentarme en el despacho, aguardando a que terminara.

A los pocos minutos, entró en la consulta y antes de que pudiera disculparme por interrumpir involuntariamente su charla por el móvil, me dijo:

-        “¡No te puedes ni imaginar la que se ha liado!”

-        “Por qué ¿Alguna mala noticia?”

-        “Sí, acaba de suceder ahora mismo”

-        “¿Un accidente, un problema laboral, algo de la familia?”- no tenía ni idea sobre qué podía haberle ocurrido”

-        Verás. Te mentí al darte los datos sobre mi situación de pareja. Tengo marido y no sabe que estoy viniendo a terapia”

-        “Vaya, me sorprende. Acordamos trabajar desde la sinceridad y la confianza. Es un dato bastante relevante que me podía haberte ayudado a ayudarte”

-        “Lo sé y lo entiendo, pero el problema es que Juanjo es un poco especial y no podía decirle que venía a terapia”

-        “Sigo sin entenderlo. No sé si él aprobaría o no que hicieras psicoterapia, pero es una decisión muy personal, en este caso totalmente tuya”

-        “Sí, no te falta razón, pero…”, -tras lo cual no pudo articular palabra y se puso a llorar, temblando como si estuviera sufriendo una crisis de ansiedad.

-        “…pero ¿qué?”, -le pregunté con necesidad de atar cabos y redirigir mi trabajo.

-        “Pues que es una persona muy celosa y cuando he entrado aquí ha escuchado que has dicho lo del psicólogo. Me ha preguntado qué dónde estoy y le he tenido que decir la verdad, pero no se ha creído nada… y dice que estoy con mi amante”

-        “Vaya, menudo panorama. Tendrás que explicarle después los motivos de por qué estás aquí. Te hago un informe como que realmente estás viniendo a consulta, o incluso mejor todavía: dile que venga un día y así podemos conocernos”

-        “Ese es el problema”

-        Cuál, que no quiere venir, supongo”, -le pregunté casi retóricamente

-        No, todo lo contrario. Me ha dicho que viene para acá ahora mismo y que tomará represalias por mi engaño”

-        “Entiendo. Parece que tiene la idea fija de que le estás mintiendo sobre tu mentira de ir al psicólogo. No me gusta el cariz que está tomando esta historia. Tenemos que valorar si existe algún tipo de riesgo vital para ti”, -le comenté, mientras -debo reconocer- que también pensaba en qué situación me colocaba todo esto a mí.

-        “No sé de lo que es capaz. Realmente es una persona muy violenta, aunque nunca me hizo daño antes”

-        “Ya. Bueno, calma, imagino que no le has dado ningún dato sobre dónde estás ahora mismo”

-        “Para nada. No sabe la dirección, ni tu nombre, así que no podrá encontrarme. Hay muchos psicólogos en esta ciudad. No creo que le dé por ir a todos y cada uno de ellos”

-        “No creo. Imagino que esperará en vuestra casa a que llegues para actuar no sé muy bien cómo”

Justo en ese momento, suena el timbre de nuevo. Habían pasado pocos minutos, por lo que no podía ser otro paciente. Rebeca me miró con los ojos desencajados.

-        No te preocupes. Será alguien que se ha confundido”, -mientras me levantaba para echar un vistazo por la mirilla y comprobar quién era.

Antes de dar tres pasos seguidos, Rebeca me dijo alterada, como si estuviera en una zona de guerra:

-        Olvidé decirte algo... Mi marido es informático y suele trabajar para empresas que le encargan que localice dónde se ubican los móviles”

-        “¿Eso qué significa?, ¿quieres decir que sospechas que ha averiguado dónde te encuentras en este momento?”

-        “¡No lo descarto! No sería la primera vez que me ha sorprendido en alguna tienda, como si coincidiéramos por casualidad”

-        “Vaya. Otro dato más, no menos interesante que los anteriores”

Mientras, el timbre sonaba insistentemente como si alguien tuviera prisa porque se le abriera.

-        “¿Hay algo más que sea importante que desconozca?, como si tiene armas en casa o se dedica a las Artes Marciales o similar. Qué pinta tiene, para poder identificarlo si es él”, -le pregunté mientras pensaba que qué narices iba a hacer.

-        Que yo sepa no. Es un informático de los típicos que no se levanta de la silla, así que su estado físico es el que es, más bien gordito. Mide como 1,70 y tiene poco pelo”

-        “Bien, tampoco soy yo Steven Seagal”, -le dije cuando ya decidí ir hacia la puerta para despejar la X.

Me acerqué sigilosamente y pulsé el botón de mi mirilla electrónica, y fue entonces cuando…

 

Manuel Salgado Fernández

Psicólogo clínico y del Deporte // Col. AN-2.455

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