Importancia de las emociones en la adaptación a lugares nuevos

14:20

 

¿Preparados para mi montaña "eslovaca" de emociones?
El día 26 de septiembre de 2011 aterrizó mi vuelo en el aeropuerto Madrid-Barajas. Mi cabeza estaba llena de expectativas, mi corazón lleno de nervios y felicidad.

Pero vuelvo un poco más atrás para empezar mi aventura española. Después de terminar mis estudios en Bratislava (Eslovaquia) como profesora de inglés, solicité trabajar en un programa de la Unión Europea. Se trataba de dar clases de inglés en algunos de los países de la UE. Cuando me dijeron que me eligieron para un instituto en Getafe (Madrid) no sabía qué pensar, porque en mi vida había escuchado ese nombre. ¿Qué hace uno cuando necesita información? Se mete en la Wikipedia. Así que eso hice y, sinceramente, cuando vi que tenían un equipo de fútbol en la primera división me relajé un poco. A pesar del hecho de que no hablaba absolutamente nada de español, en ese momento sólo pensaba lo bien que me lo iba a pasar, las cosas qué iba a aprender y además… ¡iba a ganar un poco de dinero!

Como no tenía mucho tiempo para preparar el viaje, lo primero fue buscar la casa. Y la verdad es que fue bastante rápido. Un piso compartido con dos chicas extranjeras de mi edad. El dueño del piso hablaba inglés así que en un día me mandó los papeles, pagué el depósito y me olvidé de todo lo demás. Una cosa menos... Los días se me pasaban muy rápido, la maleta se estaba haciendo más y más grande, y mi sentimiento de alegría se alternaba con el miedo de meterme en un sitio que no conocía y estar en un país cuyo idioma no hablaba, para los siguientes siete meses de mi vida.

Llegó el gran día de mi aventura. La tutora del instituto me estaba esperando en el aeropuerto y como vivía también en Getafe, fuimos juntas hasta allí en el tren. La verdad es que el paisaje desde el tren no era lo más bonito que uno se imagina, pero las ganas de empezar algo nuevo ensombrecieron cualquier pega que podía tener. Mientras charlaba con ella y observaba con asombro las calles de mi nuevo hogar, aparecimos en frente del edificio donde iba a vivir. No sabía el número de la puerta, pero la planta era la cuarta, eso se me quedó grabado. No soy muy buena en matemáticas, pero al ver el edificio y contar las plantas una y otra vez, solo podía llegar hasta la tercera. Lo siguiente ya os lo podéis imaginar. Mi piso no existía. Nunca había existido. Fue una estafa dónde perdí dinero por pagar el depósito, y la ilusión en la condición humana. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue: "¡Qué coño hago yo aquí, en otro país, sin saber español, sin casa y donde vive gente muy mala!".

Aunque bueno, nada es tan negro como parece en un principio, y después del primer shock había que reaccionar, no me quedaba otra. Después de todo tengo que decir que tuve la enorme suerte de que la tutora me acogiera en su casa, me dio de cenar y me aseguró que podía quedarme con ella hasta encontrar algo nuevo. Con todo este lío se me olvidó una cosa muy importante: llamar a mis padres. ¿Cómo les decía lo que me había pasado sin que mi madre cogiera el siguiente vuelo a Madrid y me llevara de vuelta a casa? Siempre lo último que quiero es preocupar a mis padres, lo que conlleva sus cosas buenas y malas. Les hice una video-conferencia por Skype e intenté tomarme la situación como de broma, y así calmarles y mostrarles el lado positivo de estar mejor en casa de mi tutora. Pero admito que cuando acabé la llamada y cerré el portátil, no dejaban de resbalar las lágrimas por el miedo y la decepción que estaba sufriendo. El cansancio superó todo este fluir de emociones y cuándo quise darme cuenta…, amaneció un nuevo día.

Una de las muchas cosas que me gusta de España es el tiempo. Con el sol y un cafelito en la calle todo se ve de otra manera. Poco a poco empecé a descubrir cómo vivía la gente en mi nuevo lugar y adaptarme. La gente era muy maja, los estudiantes del instituto donde daba clases eran muy abiertos, con millones de preguntas, intentando sacar lo mejor de ellos, todo esto en inglés, ya que sabían que no hablaba su idioma. En cuatro días encontré un piso genial para compartir con tres personas maravillosas. Hasta ahora sigo dando gracias al hombre que me estafó. Son esos momentos cuando te das cuenta de que todo pasa por algo. Siempre hay un porqué, aunque es difícil verlo cuando estás en la oscuridad.

Mis siete meses en el instituto se me estaban acabando y ya tenía ganas de volver a mi casa con mi familia y amigos. Pero como se suele decir: “el hombre propone y Dios dispone”. Dos semanas antes de irme, llamó el amor a mi puerta. Regresé a Eslovaquia por tres semanas, pero decidí abrir las puertas de par en par. ¿Esa sensación que no te deja dormir y la inquietud de que lo tienes que, por lo menos, intentar porque si no te vas arrepentir el resto de tu vida? ¡Pues me hice la maleta otra vez! Mis padres pensaban que su hija se había vuelto loca, y a lo mejor tenían razón. Welcome back to Spain!

Pensaba que como ya conocía el sitio, todo iba a ser mucho más fácil. Pero me equivoqué. Buscar otro piso y, sobre todo, buscar trabajo fue bastante duro. Era el año 2012, cuando la palabra "crisis" sonaba por todas partes... Después de un mes conseguí un trabajo en una empresa de traducción, donde estuve nueve meses porque cerró por deudas de millones de euros. Crisis en el país, y crisis en mi mente también. Estar en un país donde tener trabajo era un lujo, y toda la gente de mi alrededor se pasaba los días en casa agobiada, fue un examen vital de nivel alto. Después de trabajar en varios puestos por dos o tres horas al día, conseguí un trabajo en un colegio.

A pesar de tener un buen puesto, tenía en mi cabeza todo el tiempo la necesidad de volver a mi país. Cada día soñaba literalmente con las comidas de los domingos en familia, con tomar las cañas con los amigos de toda la vida, con estar en un sitio que conozco, que me da seguridad. La foto del fondo de pantalla de mi móvil era el jardín de la casa de mis padres. Y eso se convirtió en la primera imagen que veía cada mañana al levantarme. Me empecé a dar cuenta de que me quejaba mucho, nada me satisfacía. Cuando estás feliz, pero no estás feliz, cuando la luz es oscura, cuando viajas en tu mente a ninguna parte para resolver dudas. El oxímoron de la vida. Es muy difícil encontrar el porqué, ponerlo en palabras, encontrar una razón. Todo me parecía mal y culpaba a la gente, a España, al tiempo... Todo lo que antes adoraba, ahora me estaba tirando más y más abajo. Había días mejores y peores, como todos tenemos, pero la sensación de que algo no estaba bien seguía y crecía hasta momentos en que me daban algo de miedo.

Hasta que un día tomé la decisión de cambiar radicalmente mi vida, dejar mi pareja y apostar por algo completamente nuevo. El amor me llevó otra vez por un camino absolutamente diferente. Los cambios nunca son fáciles, pero dar explicaciones a las personas de que todo puede llegar a ser incluso peor, sobre todo cuando crean una barrera para con ellos porque no quieren entenderte. A veces creo que es por sus propios miedos. No soy yo quién para juzgarles, pero la mayoría de las personas que me rodeaban me lo pusieron muy difícil. ¿Y sabéis qué? Ahora más que nunca estoy feliz y tranquila, porque estoy con una persona con quien comparto los mismos sueños y la ilusión de probar posibilidades infinitas, y de enfrentarnos sin miedo a los cambios. Pero esta vez vamos a cambiar España por Eslovaquia.

Desde que me fui de mi país, me he cruzado con dos tipos de personas: unos que me dicen qué valiente soy, que me fui sola a un lugar que no conocía, cuyo idioma no hablaba. Yo no lo llamaría valentía, para mí es la necesidad que uno tiene de viajar, de aprender nuevas culturas, nuevos idiomas, de hablar con la gente y saber cómo piensa.

Otros tienen, desde mi punto de vista, la necesidad de justificarse o defenderse. Me cuesta entenderlo porque no me atrevería jamás a criticar la manera de vivir de nadie. Sin embargo, hay gente que sólo por estar en mi presencia empiezan a decirme que vivo muy bien en España (sin ni siquiera saber cómo me va), que lo más fácil es huir de tu tierra natal, pero lo que más cuesta es quedarse y luchar. Un conocido, por ejemplo, siempre me dice: “Yo no necesito viajar, estoy contento con mi vida en mi pueblo, con mi familia. Tengo todo lo que necesito”. ¿Sabéis cuando uno da su opinión sin que nadie le pregunte, y lo repite una y otra vez? Pues eso. A mí me parece que necesita convencerse a sí mismo de que está feliz con su vida, y lo dice sobre todo en presencia de las personas que le hacen sentir incómodo. Mi pregunta es: ¿por qué la gente se siente incómoda sin que otro le ataque? ¿Es culpabilidad? ¿Es la sensación de no superar el miedo de cuando era joven y descubrir el mundo? ¿O simplemente de no vivir la vida al máximo? Cada uno tiene que responderlo por sí mismo.

En estos casi siete años he aprendido que hay emociones que tengo que controlar, y emociones por las que me tengo que dejar llevar.

1. Miedo
2. Culpabilidad
3. Decepción
4. Celos
5. Inseguridad
6. Tristeza
7. Comodidad

Estas emociones para mí son las que debo controlar y poco a poco ir cambiando. Sobre todo, las seis primeras. Aunque "comodidad" puede evocar una connotación positiva, hay que tener cuidado y no caer en un círculo vicioso donde nos acostumbremos a algo que en realidad no nos gusta, pero nos da pereza o miedo cambiar. Suelo decir a veces que podría ser peor, que a la gente les pasa cosas infames y que no debería quejarme. Hay que asimilar que todos somos diferentes y que todos tenemos distintas metas. Depende sólo de nosotros cómo queramos que sean nuestras vidas.

8. Amor
9. Felicidad
10. Ilusión
11. Esperanza

Estas son las emociones básicas por las que me intento dejar llevar. Son las que busco constantemente porque cada persona tiene derecho a ser feliz, y debería hacer todo lo posible para conseguirlo. Da igual lo que te diga la gente que supuestamente “sabe” de todo, como tus padres, abuelos, amigos... Está claro que siempre quieren lo mejor para ti, pero muchas veces tienen limitaciones que no les permiten ver más allá.

Eres sólo TÚ quién sabe profundamente en tu corazón/consciencia lo que es mejor. Y cuando no estás seguro, -porque nunca se sabe antes si algo va a funcionar, o si el cambio era lo que buscabas-, arriésgate, pierde el miedo a equivocarte. Yo seguiré intentado crecer como ser humano, criticaré y juzgaré menos, seré más empática con los que me rodean, y sobre todo hablaré y tomaré conciencia de mis emociones y no volveré a reprimirlas. Una vez verbalizamos y aceptamos lo que sentimos, podemos trabajarlo y ser más felices.

¿Qué es para mí la Psicología en un tweet?
“Es verbalizar y aceptar lo que siento. Una vez que lo saco de mí, lo puedo trabajar, cambiar, mejorar y ser más feliz”.


Stanislava Somorová 

Profesora de Inglés en "Sonder Language School".

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